QUINO, EL HUMOR LIBRE. Entrevista realizada por Lucía Iglesias Kuntz, periodista del Correo de la UNESCO
“No creo que el humor pueda modificar nada, pero es el pequeño granito de arena que uno puede aportar para cambiar las cosas”, dice Joaquín Salvador Lavado, Quino, calificado como “el dibujante latinoamericano más importante de este siglo”. Aunque siempre dibujó y siempre quiso ser dibujante, la fama mundial de este argentino, nacido en Mendoza en 1932, comenzó con la serie Mafalda (véase recuadro), que refleja el mundo de los adultos visto desde los ojos de los niños. Su protagonista es una niña preguntona, eternamente inconformista y preocupada por la paz mundial cuyos álbumes han sido traducidos a más de veinte idiomas y publicados en diarios y revistas de todo el mundo. Agotado por la exigencia de encontrar semanalmente nuevas ideas, en 1973 Quino decidió dejar de dibujarla para entregarse de lleno al humor que nunca dejó de cultivar: un humor ácido, en blanco y negro y muy detallista, centrado en las relaciones de poder, la desigualdad social, la degradación del planeta, y en suma, como él mismo reconoce, “en temas que no tienennada de graciosos”.
Mafalda y sus amigos
En 1969, el semiólogo italiano Umberto Eco presentó así a Mafalda en Europa: “Puesto que nuestros hijos se preparan para ser –por elección nuestra– una multitud de Mafaldas, no será imprudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real.” Pero, ¿quién es esa niña de unos seis años que da nombre a una plaza, que estuvo a punto de ser nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires y que fue elegida entre las diez argentinas más influyentes del siglo XX? “Lo importante no es lo que yo piense de Mafalda, sino lo que Mafalda piense de mí”, respondió el escritor Julio Cortázar hablando de esta pequeña irreverente, admiradora de los Beatles y enemiga jurada de la sopa, muy preocupada por la salud de la Tierra y la guerra fría. Mafalda comparte sus preocupaciones con sus padres, a quienes no para de plantear preguntas impertinentes (“Ustedes dos, ¿tienen nuestra educación planificada o la van improvisando nomás?”), y su hermano Guille, que personifica la inocencia infantil. Completan la pandilla el materialista Manolito (hijo del tendero del barrio que sueña con tener una cadena de supermercados), el tímido romántico Felipe, (siempre buscando excusas para no ir a la escuela), el narcisista Miguelito, Susanita, aspirante a madre burguesa de familia numerosa y, Libertad, la más pequeña de todos. “La dibujé así porque la libertad siempre es pequeña”, recuerda Quino.
Bibliografía para quinófilos
Además de los diez álbumes de Mafalda, y de los volúmenes Mafalda inédita, Diez años con Mafalda y Toda Mafalda, Quino ha publicado las siguientes obras:
A mí no me grite (1999)
Cuánta bondad (1999)
Mundo Quino (1998)
¡Qué mala es la gente! (1996)
Cuentecillos y otras alteraciones (textos de Jorge Timossi e ilustraciones de Quino, 1995)
Yo no fui (1994)
Humano se nace (1991)
Potentes, prepotentes e impotentes (1989)
Sí cariño (1987)
Gente en su sitio (1986)
Quinoterapia (1985)
Déjenme inventar (1983)
Ni arte ni parte (1981)
A la buena mesa (1980)
Bien gracias, ¿y usted? (1976)
Todos ellos están editados por Ediciones de
la Flor, de Argentina y por Lumen en España. Más información: www.quino.com.ar
Quino/Ediciones de la Flor, Buenos Aires ¿Cómo definiría su humor?
No creo que mis dibujos sean de aquéllos que provocan la carcajada. Se trata más de meter el bisturí que de hacer cosquillas. En realidad no lo busco, me sale así. Me gustaría ser más divertido, pero con la edad uno va perdiendo gracia y se va poniendo más incisivo.
Sus libros se han publicado con éxito en Francia, Grecia, Italia, China o Portugal … ¿quiere esto decir que existe un humor universal?
Creo que sí. Las connotaciones locales varían por supuesto, sobre todo en el humor político. A uno le cuentan cuentos que sirven tanto para la España de Franco como para la Cuba de Fidel o para los regímenes militares de América Latina. En otro tipo de humor, como el gastronómico, lo que en Argentina hacemos con la carne en Japón se hará con el arroz. He oído que un actor norteamericano se ha enamorado de una forma japonesa de hacer humor. Va a aprender japonés y tratar de exportar ese humor a Estados Unidos aunque un cuento japonés con una tarta de cerezas él lo cuenta con una pizza para que la gente lo entienda. Pero el humor funciona igual.
Sin embargo, nunca ha conseguido penetrar en el mundo anglosajón, ¿es un mercado que no le interesa?
En primer lugar, nunca he tenido un objetivo comercial en ningún sitio. Se dio así. Hace muchos años salió en Estados Unidos El Mundo de Quino, un libro de humor sin palabras. La crítica de los colegas norteamericanos, incluso de Schulz,1 fue muy elogiosa. Hubo quien dijo: “Finalmente alguien hace humor que no es un matrimonio leyendo el diario a la mañana mientras toma el desayuno”… pero no se vendió nada. Creo que el público anglosajón está acostumbrado a un humor visual mucho más rápido que el mío. Soy muy detallista y hay que estar fijándose por qué puse tal o cual cosa. Si dibujo un periódico le escribo cosas que tienen un código para los lectores… todo eso hace que mucha gente no tenga paciencia para ver mis cosas. En cuanto a Mafalda, los ingleses la vieron “demasiado latinoamericana”.
¿Diría que su humor es argentino?
La serie de Mafalda sí. El entorno en el que se mueven los personajes es el barrio en el que vivía en Buenos Aires y su manera de hablar también es muy de allí, incluso en las ediciones publicadas en España o el resto de América Latina. En las demás cosas trato de mantener un idioma un poco más neutro, y en cuanto al resto de mis dibujos no sabría qué decir. Mis padres, mis tíos, mis abuelos eran todos españoles. Toda mi infancia transcurrió en una provincia llena de emigrantes: el carnicero era español y también el tendero que nos vendía las lentejas. Había un verdulero italiano y todos los amigos de mis padres y de mis abuelos eran andaluces. Mis primeros contactos con argentinos fueron en la escuela primaria. Llegué allí hablando andaluz, de una manera que mis compañeros no me entendían, así que tuve problemas de integración.
Usted dibuja indistintamente con y sin palabras, ¿cree que el texto es indispensable para la comprensión del humor?
Yo lo preferiría sin palabras. Pero hay ideas que no se entenderían nunca si no les agregas texto. En humor ocurre un poco como en el cine. Todo Chaplin, por ejemplo, no necesita palabras. Jacques Tati tampoco las necesitaba. Pero Woody Allen, que no hace gags visuales, si no habla pierde toda la gracia.
¿Cuáles son sus temas favoritos?
No creo que haya temas que prefiera, aunque a la larga uno descubre cosas recurrentes en sus dibujos. En mí, la constante es el humor sobre débiles y poderosos, la relación entre el poder y la gente. Crecí en una familia muy politizada, la guerra civil española y el avance del fascismo fueron dramas que marcaron mi infancia; ello me dio un sentido político de la vida que me gusta reproducir en cada uno de mis dibujos. Estimo que las relaciones de poder se dan en todos los ámbitos; un personaje ante un funcionario público, que siempre es el poderoso, o ante un camarero, ante un médico. Me interesan los roles en los que uno siempre está subordinado a lo que opine el otro. También trabajo sobre la vida y la muerte. En ese caso la muerte es el poderoso y los vivos somos los débiles. Me preocupa la vejez como pérdida de libertad, me aterra la idea de tener que depender de otras personas para las cosas más elementales, así que dibujo viejitos de 84 años que quieren tomar una copa de vino y sus nietos se lo prohíben.
¿Hay algún tema que considere tabú?
Cuando empecé, hacía algunos chistes de presos, como todos los dibujantes. Los presos y los náufragos son clásicos del humor universal. Pero cuando en Argentina empezó a haber presos políticos no lo pude volver a abordar, ni podría hacerlo. Creo contraproducente tratar temas tan trágicos como la cárcel y la tortura a través del humor, y aunque se me criticó por ello, nunca pude colaborar con campañas de Amnistía Internacional. Tampoco me gustan las tragedias, como terremotos o catástrofes naturales, aunque creo que es más bien una fobia personal, que no comparten por ejemplo los dibujantes brasileños. Recuerdo que hace años se cayó un avión uruguayo con un equipo de rugby en la Cordillera de los Andes. Los que se salvaron tuvieron que sobrevivir comiéndose a los muertos… una revista de humor brasileña sacó un número entero dedicado a eso, que a priori no tenía ninguna gracia. Y lograron hacer cosas graciosas, de un humor negro terrible, pero divertidas. Y hace poco vi un número de un semanario francés, creo que era el Canard Enchaîné, sobre las violaciones en las cárceles. Es un tema que yo no sabría cómo tratar.
En su último libro, Cuánta bondad, abundan las viñetas que se ríen de las tecnologías modernas: el fax, el ordenador, el teléfono móvil… ¿qué tal se lleva con ellas?
Con lo telefonitos, mal. Me enferma la estupidez con que se usan. Entiendo que un médico tiene que tenerlo, un electricista también, un fontanero también. En Asturias no hace mucho un señor se salvó de que se lo comieran los lobos porque tenía el telefonito y pudo avisar. Pero no soporto estar en el consultorio de un médico y que la gente en la sala de espera se ponga a llamar para contar que el doctor está atrasado y a preguntar si falta algo en la nevera. Internet me parece utilísimo en algunos casos. En Medicina por ejemplo, es fantástico que un médico de cualquier pueblito pueda consultar a un profesorón de Estados Unidos o de Suiza sobre un caso que no sabe cómo resolver. Pero de ahí a quedarse prendido a Internet, y buscar novio o casarse por computadora… Conozco a una viejecita italiana que es psicóloga y se comunica por Internet con monjas tibetanas, pero a lo mejor ni saluda a su vecino. La mucha comunicación hace que la gente se aísle de lo que le rodea.
El fútbol protagoniza también algunas de sus viñetas, ¿le gusta el deporte?
Aunque no lo he tratado con la profundidad que me habría gustado, el fútbol me interesa sobre todo desde el punto de vista social. Es el único deporte que lleva a sus espectadores al crimen. Yo he visto violencia entre los equipos en partidos de hockey sobre hielo, incluso la muerte de un jugador al que le dieron un golpe en el esternón y lo dejaron frito. Pero en el fútbol es el público el que pega a los contrarios, los agrede, los mata. Un autor norteamericano que estudió el fenómeno hooligan durante mucho tiempo en Inglaterra llegó a la conclusión de que el fútbol lo que tiene de frustrante es que pueden pasar 90 minutos sin que se haga un gol. En basquet, o incluso en hockey, el marcador cambia continuamente, pero en el fútbol pueden transcurrir 30 o 40 minutos sin que ocurra nada. El público va acumulando una frustración que de alguna manera luego sale. Me interesa más el fútbol bajo ese aspecto que como deporte. Aunque reconozco que hay jugadores que es un gusto verlos. Cuando Johan Cruyff jugaba era en la cancha lo mismo que Rudolf Nureyev en un escenario.
Dios es un personaje frecuente en sus dibujos, ¿por qué?
No soy creyente, pero leo mucho la Biblia, que es fantástica para sacar ideas. Y aunque no exista, el de Dios me parece muy buen tema. Es un personaje que no deja indiferente, a quien toda la gente quiere o toda la gente odia. Y en los dibujantes es recurrente porque en cierto modo es la persona con la que uno se siente identificado. Dibujar es crear cosas con un lápiz y nosotros podemos hacer en un papel todos los mundos que nos dé la gana. Y aunque no exista, como decía Borges, basta que haya una palabra para nombrar algo para que ese algo cobre vida. Por otra parte, la religión, como el sexo o la droga, siempre provoca reacciones y cartas de los lectores, y eso me alienta.
¿Cuál es el mayor disgusto que le ha dado su profesión?
Sin lugar a dudas, mis mayores disgustos se han producido cuando se han utilizado mis viñetas para cosas opuestas a la razón por la que las hice. En particular, me molesta que se hayan usado mis dibujos en campañas políticas de derecha. Una vez me enviaron de España una pegatina de Guille, el hermano de Mafalda, en la que él llevaba la bandera franquista. Aquello fue como un puño en el estómago, porque nací en una familia que había perdido la Guerra Civil española y todavía hoy lloro cuando veo películas sobre ese tema. También utilizó mis tiras para una campaña política un militar argentino que hasta hace poco era jefe de la policía de Buenos Aires…. Me pregunto si esa gente me leyó y no entendió nada de lo que quería decir o si entendió y justamente quiso desnaturalizarlo. Son cosas que me dejan perplejo, aunque por otra parte es muy difícil evitarlas. Por ahí me entero de que en Venezuela también han usado a Mafalda en determinada campaña, pero no voy a ponerme a buscar un abogado en Caracas porque no terminaría nunca.
¿Siempre ha tenido entera libertad en sus dibujos?
Paradójicamente, durante los gobiernos militares argentinos, es decir casi todos, pues desde que nací sólo he conocido cuatro presidentes elegidos democráticamente, no hubo nunca un ente oficial de censura. Al contrario que en Brasil, donde existía un organismo al que todos los dibujantes de humor tenían que enviar sus dibujos antes de publicarlos, en Argentina eran los secretarios de redacción quienes te trataban de convencer antes de publicar. El problema era que nunca se sabía ni qué ni a quién le molestaba tal cosa, así que uno se autocensuraba. Cuando llegué a Buenos Aires desde mi provincia de Mendoza con una carpetita de dibujos enseguida me enteré de que con la Iglesia no había que meterse, con los militares tampoco, con los homosexuales no se podía hacer nada, sexo poquísimo… Como era joven y quería publicar me ceñía a los temas permitidos. El problema es que al llegar periodos como el actual en los que se puede hacer de todo es muy difícil quitarse esa costumbre casi de autocensura.
Vivió exiliado durante la última dictadura argentina2¿le obligaron a marcharse del país?
Me fui cuando la situación estaba muy mal. Habían desaparecido muchos amigos míos y, cuando iba a entregar un dibujo en la revista en la que publicaba habían puesto una bomba o la habían ametrallado la noche anterior. Con un trabajo como el mío en el que uno puede dibujar en una mesita de un hotel en cualquier sitio era estúpido quedarse. Entre 1976 y el 1979 viví en Italia. Luego empecé a volver poco a poco, a ver cómo estaba el ambiente. Ahora vivo ocho meses en Buenos Aires y el resto en Milán, que es mi base europea. Aunque visito mucho España y Francia.
Y, fuera de Argentina, ¿tuvo que hacer concesiones para publicar sus álbumes en algún lugar?
Algunas sí, pero en general son más bien anecdóticas y divertidas. Hace unos quince años me enteré por casualidad de que Mafalda era muy conocida en China. Me lo dijo una niñita china que me pidió que le firmara un álbum en una feria del libro, en Buenos Aires. Hasta entonces no tenía noticia alguna de que mis libros se hubieran editado allí, así que quedé muy intrigado. Por medio de un amigo, logré saber que eran ediciones piratas que se hacían en Taiwán y de que el editor, como todo buen pirata, era un inglés. Mi agente logró detener aquellas ediciones piratas y recientemente comenzó a hacerse una en la China continental. Hace unos meses estuve allí y pregunté cómo se habían traducido todas las tiras en las que Mafalda habla del “peligro amarillo”. En aquella época se acababa de descubrir que China tenía la bomba atómica; era un problema que preocupaba mucho en Occidente. Me respondieron que todo lo que tiene que ver con China lo habían eliminado, porque consideraban que yo no conocía China como para opinar sobre ella, lo cual me pareció un argumento estupendo. También supe que Susanita, la amiga de Mafalda que sueña con tener muchos hijitos, es considerada casi subversiva debido a la política de planificación familiar.
Mafalda es todo lo contrario de lo políticamente correcto, ¿le ha causado problemas alguna tira en particular?
Siempre recuerdo un caso relacionado con Cuba, un país que he visitado siete u ocho veces y donde tengo buenos amigos; hay una edición cubana de Mafalda y los dibujos animados basados en la serie se hicieron allí. Pero siempre que voy a La Habana alguien me pide explicaciones por una tira en la que Mafalda está delante de una sopa, que es el plato que más detesta en el mundo, y se pregunta por qué no dirá Fidel Castro que la sopa es buena para que así la prohíban en la Argentina. Es cierto que en aquella época todo lo que tenía que ver con Cuba estaba mal visto en Argentina, sólo que Mafalda dice: “¿Por qué ese cretino de Fidel Castro…?” Y, al margen de Mafalda, en España el diario El País me ha censurado algunas páginas por “negras”, aunque siempre respondo que yo puedo ser negro, pero nunca tanto como la realidad.
Su serie de Mafalda se ha comparado con los Peanuts de Schulz…Es evidente, porque empecé a hacerla como encargo para promocionar una marca de electrodomésticos y me pidieron que fuera una cosa parecida. Compré todos los libros de Schulz que pude encontrar en Buenos Aires, los estudié y traté de hacer algo parecido pero adaptado a nuestra realidad. La campaña nunca funcionó porque la revista que iba a publicarla se dio cuenta de que era publicidad encubierta, así que volví a guardar las tiras en una carpeta hasta que un año después, en 1964, las rescaté para la revista Primera Plana.
¿Por qué cree que Mafalda continúa editándose y leyéndose casi treinta años después de su desaparición?
Supongo que es porque parte de su mensaje no ha perdido vigencia. La humanidad sigue teniendo muchas asignaturas pendientes. El mundo que existía en 1973 cuando dejé la tira y que Mafalda tanto criticó está igual, si no peor que entonces. Si bien me halaga que se siga leyendo, también es triste pensar que la injusticia social que ella denunciaba sigue existiendo.
¿Por qué dejó de hacer Mafalda contra la opinión de los lectores?
En humor y en el arte en general los temas se agotan. Yo admiraba mucho a Schulz y los Peanuts me gustaban muchísimo. Los leí con entusiasmo durante diez o quince años. Pero me habría gustado ver todo ese humor que él tenía reflejado en otras cosas. Me ocurre lo mismo con el pintor colombiano Fernando Botero; no me parece que deba seguir pintando gorditos toda la vida. En cuanto a mí, después de diez años de Mafalda sufría con cada entrega, me costaba mucho esfuerzo no repetirme. Cuando empecé a dibujar aprendí que cuando uno tapa con la mano la última viñeta de una tira y sabe cuál va a ser el final es que la historieta no funciona. A pesar de que sus libros siguen vendiéndose muchísimo y la gente me la reclama, creo que dejar de hacer Mafalda fue una idea inteligente, no la extraño para nada.
Sin embargo alguna vez ha vuelto a dibujarla...
Sí. El Unicef me encargó dibujos para el décimo aniversario de la Convención de los Derechos del Niño y los hice encantado. También la volví a dibujar para algunos amigos, cuando se cumplieron cinco años del gobierno democrático del presidente Raúl Alfonsín en Argentina o la presté para campañas de salud o de bien público cuando me interesaba el tema. Ahora la uso cuando quiero protestar por algo, es la portavoz de mi bronca. Pero nunca acepté ni acepto dibujarla para campañas de publicidad, ni que se haga ninguna adaptación, sea al teatro o al cine. La única concesión fueron los dibujos animados, porque siguen siendo dibujos.
¿Cómo responde a sus lectores, en especial a los niños, cuando le piden que vuelva Mafalda?
A los niños es fácil responderles. Yo dibujé a Mafalda durante diez años, así que siempre les propongo lo mismo. Imagínate, les digo, hacer todos los días lo mismo desde que naciste hasta el día de hoy, ¿te gustaría? Invariablemente el niño me responde que no. Cuando son adolescentes de 15 o 16 años ya es más difícil y creo que no logro convencer.
En Internet circulan estudios pseudocientíficos que aseguran que los niños latinoamericanos que leen Mafalda son, como ella, más propensos a odiar la sopa, hay niñas que se llaman Mafalda en honor a su personaje y una revista la eligió entre las diez argentinas más influyentes del siglo XX… ¿no le parece demasiada responsabilidad?
En absoluto. Para mí, la verdadera responsabilidad reside en tener cada semana una página en blanco en la que puedo decir lo que quiera. Una vez alguien me dijo: ¿te das cuenta de la suerte que tienes, con la cantidad de gente que querría tener una página semanal para decir lo que se le dé la gana? Me entró una especie de vértigo y sí sentí esa responsabilidad, pero en todo lo demás no he tenido nada que ver.
¿Se identifica con alguno de sus personajes?
Me identifico bastante con todos. Para mí, todas las personas que aparecen en una viñeta tienen su relevancia. Lo aprendí de una entrevista con Frank Cappra que hablaba de la importancia de los extras. Cuando rodaba escenas callejeras hablaba uno por uno con cada extra y les decía: usted es una señora que va preocupada a la farmacia para comprar un remedio porque su marido está enfermo, usted es un pintor que va a pintar a un departamento y llega tarde. Cada personaje que aparecía en sus películas, aunque fuera en segundo o tercer plano, tenía una historia. También yo cuando pinto un restaurante me imagino que el señor que está sentado en la mesa de atrás trabaja en un banco y tiene un cuñado que se ha ido a vivir a Venezuela. Eso me gusta mucho, y además me divierte.
Usted ha dicho que el ser humano es el cáncer del planeta, ¿no hay esperanza?
Le pongo sólo un ejemplo: siempre se ha dicho que el Amazonas es el pulmón del planeta, y sin embargo lo están destrozando. Es como si alguien que tuviera cáncer de pulmón no hiciera nada para evitarlo y mucho menos para curarlo. Ya que preocupa a tanta gente que se desmantele el Amazonas, ¿por qué no lo compran… no sé… las Naciones Unidas, y lo protegen? No. Los humanos somos así; seguimos fumando con nuestro cáncer de pulmón, tan contentos. Para mí, la esperanza está en cultivar cierto optimismo histórico. Me identifico mucho con el Nobel portugués de Literatura José Saramago, que siempre ha dicho que el socialismo y la izquierda algún día van a ser revalorizados. Yo también lo creo y siempre comparo la política con la aviación. Tanta gente que durante siglos se mató tratando de volar… primero tuvieron que inventar el motor a explosión, que es pesadísimo…para después volar en ala delta o en parapente. Si Leonardo da Vinci hubiera conocido los materiales livianos que tiene hoy la humanidad, el hombre volaría en ala delta desde el 1400. Lo mismo ocurre cuando uno visita las catacumbas de los cristianos en Roma… ¡qué tipos!, ¡tres siglos en la clandestinidad! ¿qué agrupación política aguantaría hoy tres siglos sin que los infiltren?. Y dos mil años después ahí están, aunque es verdad que han llegado con todo al revés de lo que debería de ser.
¿Dibuja siempre en blanco y negro?
Sí, aunque he tenido que hacer algunas excepciones. La edición francesa de Mafalda es en colores, porque el editor piensa que en Francia si no es en color no se vende. Lo acepté porque Francia bien vale una misa, pero no me gusta. Para mí, Mafalda es en blanco y negro y en general los tebeos me gustan más en blanco y negro, salvo que el color añada algo. Por supuesto, cuando ves las películas de Akira Kurosawa te das cuenta de que el color sí agrega algo. Yo lo utilizo muy poco, sólo cuando hay sangre o cuando se justifica. Tengo una viñeta en la que se ve a un niño que se ha quedado solo en casa y ha pintado una línea que recorre toda la casa, por la escalera, el pasillo, los cuartos. Cuando regresan sus padres los recibe preguntándoles: ¿A qué no saben de qué color es la libertad?
¿De qué color era?
Verde.
© Mónica Nogueiras, Barcelona
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1. Charles M. Schulz (1922-2000). Dibujante estadounidense creador de la serie Peanuts, protagonizada por Charlie Brown (Carlitos) y su perro Snoopy.
Mafalda y sus amigos
En 1969, el semiólogo italiano Umberto Eco presentó así a Mafalda en Europa: “Puesto que nuestros hijos se preparan para ser –por elección nuestra– una multitud de Mafaldas, no será imprudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real.” Pero, ¿quién es esa niña de unos seis años que da nombre a una plaza, que estuvo a punto de ser nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires y que fue elegida entre las diez argentinas más influyentes del siglo XX? “Lo importante no es lo que yo piense de Mafalda, sino lo que Mafalda piense de mí”, respondió el escritor Julio Cortázar hablando de esta pequeña irreverente, admiradora de los Beatles y enemiga jurada de la sopa, muy preocupada por la salud de la Tierra y la guerra fría. Mafalda comparte sus preocupaciones con sus padres, a quienes no para de plantear preguntas impertinentes (“Ustedes dos, ¿tienen nuestra educación planificada o la van improvisando nomás?”), y su hermano Guille, que personifica la inocencia infantil. Completan la pandilla el materialista Manolito (hijo del tendero del barrio que sueña con tener una cadena de supermercados), el tímido romántico Felipe, (siempre buscando excusas para no ir a la escuela), el narcisista Miguelito, Susanita, aspirante a madre burguesa de familia numerosa y, Libertad, la más pequeña de todos. “La dibujé así porque la libertad siempre es pequeña”, recuerda Quino.
Bibliografía para quinófilos
Además de los diez álbumes de Mafalda, y de los volúmenes Mafalda inédita, Diez años con Mafalda y Toda Mafalda, Quino ha publicado las siguientes obras:
A mí no me grite (1999)
Cuánta bondad (1999)
Mundo Quino (1998)
¡Qué mala es la gente! (1996)
Cuentecillos y otras alteraciones (textos de Jorge Timossi e ilustraciones de Quino, 1995)
Yo no fui (1994)
Humano se nace (1991)
Potentes, prepotentes e impotentes (1989)
Sí cariño (1987)
Gente en su sitio (1986)
Quinoterapia (1985)
Déjenme inventar (1983)
Ni arte ni parte (1981)
A la buena mesa (1980)
Bien gracias, ¿y usted? (1976)
Todos ellos están editados por Ediciones de
la Flor, de Argentina y por Lumen en España. Más información: www.quino.com.ar
Quino/Ediciones de la Flor, Buenos Aires ¿Cómo definiría su humor?
No creo que mis dibujos sean de aquéllos que provocan la carcajada. Se trata más de meter el bisturí que de hacer cosquillas. En realidad no lo busco, me sale así. Me gustaría ser más divertido, pero con la edad uno va perdiendo gracia y se va poniendo más incisivo.
Sus libros se han publicado con éxito en Francia, Grecia, Italia, China o Portugal … ¿quiere esto decir que existe un humor universal?
Creo que sí. Las connotaciones locales varían por supuesto, sobre todo en el humor político. A uno le cuentan cuentos que sirven tanto para la España de Franco como para la Cuba de Fidel o para los regímenes militares de América Latina. En otro tipo de humor, como el gastronómico, lo que en Argentina hacemos con la carne en Japón se hará con el arroz. He oído que un actor norteamericano se ha enamorado de una forma japonesa de hacer humor. Va a aprender japonés y tratar de exportar ese humor a Estados Unidos aunque un cuento japonés con una tarta de cerezas él lo cuenta con una pizza para que la gente lo entienda. Pero el humor funciona igual.
Sin embargo, nunca ha conseguido penetrar en el mundo anglosajón, ¿es un mercado que no le interesa?
En primer lugar, nunca he tenido un objetivo comercial en ningún sitio. Se dio así. Hace muchos años salió en Estados Unidos El Mundo de Quino, un libro de humor sin palabras. La crítica de los colegas norteamericanos, incluso de Schulz,1 fue muy elogiosa. Hubo quien dijo: “Finalmente alguien hace humor que no es un matrimonio leyendo el diario a la mañana mientras toma el desayuno”… pero no se vendió nada. Creo que el público anglosajón está acostumbrado a un humor visual mucho más rápido que el mío. Soy muy detallista y hay que estar fijándose por qué puse tal o cual cosa. Si dibujo un periódico le escribo cosas que tienen un código para los lectores… todo eso hace que mucha gente no tenga paciencia para ver mis cosas. En cuanto a Mafalda, los ingleses la vieron “demasiado latinoamericana”.
¿Diría que su humor es argentino?
La serie de Mafalda sí. El entorno en el que se mueven los personajes es el barrio en el que vivía en Buenos Aires y su manera de hablar también es muy de allí, incluso en las ediciones publicadas en España o el resto de América Latina. En las demás cosas trato de mantener un idioma un poco más neutro, y en cuanto al resto de mis dibujos no sabría qué decir. Mis padres, mis tíos, mis abuelos eran todos españoles. Toda mi infancia transcurrió en una provincia llena de emigrantes: el carnicero era español y también el tendero que nos vendía las lentejas. Había un verdulero italiano y todos los amigos de mis padres y de mis abuelos eran andaluces. Mis primeros contactos con argentinos fueron en la escuela primaria. Llegué allí hablando andaluz, de una manera que mis compañeros no me entendían, así que tuve problemas de integración.
Usted dibuja indistintamente con y sin palabras, ¿cree que el texto es indispensable para la comprensión del humor?
Yo lo preferiría sin palabras. Pero hay ideas que no se entenderían nunca si no les agregas texto. En humor ocurre un poco como en el cine. Todo Chaplin, por ejemplo, no necesita palabras. Jacques Tati tampoco las necesitaba. Pero Woody Allen, que no hace gags visuales, si no habla pierde toda la gracia.
¿Cuáles son sus temas favoritos?
No creo que haya temas que prefiera, aunque a la larga uno descubre cosas recurrentes en sus dibujos. En mí, la constante es el humor sobre débiles y poderosos, la relación entre el poder y la gente. Crecí en una familia muy politizada, la guerra civil española y el avance del fascismo fueron dramas que marcaron mi infancia; ello me dio un sentido político de la vida que me gusta reproducir en cada uno de mis dibujos. Estimo que las relaciones de poder se dan en todos los ámbitos; un personaje ante un funcionario público, que siempre es el poderoso, o ante un camarero, ante un médico. Me interesan los roles en los que uno siempre está subordinado a lo que opine el otro. También trabajo sobre la vida y la muerte. En ese caso la muerte es el poderoso y los vivos somos los débiles. Me preocupa la vejez como pérdida de libertad, me aterra la idea de tener que depender de otras personas para las cosas más elementales, así que dibujo viejitos de 84 años que quieren tomar una copa de vino y sus nietos se lo prohíben.
¿Hay algún tema que considere tabú?
Cuando empecé, hacía algunos chistes de presos, como todos los dibujantes. Los presos y los náufragos son clásicos del humor universal. Pero cuando en Argentina empezó a haber presos políticos no lo pude volver a abordar, ni podría hacerlo. Creo contraproducente tratar temas tan trágicos como la cárcel y la tortura a través del humor, y aunque se me criticó por ello, nunca pude colaborar con campañas de Amnistía Internacional. Tampoco me gustan las tragedias, como terremotos o catástrofes naturales, aunque creo que es más bien una fobia personal, que no comparten por ejemplo los dibujantes brasileños. Recuerdo que hace años se cayó un avión uruguayo con un equipo de rugby en la Cordillera de los Andes. Los que se salvaron tuvieron que sobrevivir comiéndose a los muertos… una revista de humor brasileña sacó un número entero dedicado a eso, que a priori no tenía ninguna gracia. Y lograron hacer cosas graciosas, de un humor negro terrible, pero divertidas. Y hace poco vi un número de un semanario francés, creo que era el Canard Enchaîné, sobre las violaciones en las cárceles. Es un tema que yo no sabría cómo tratar.
En su último libro, Cuánta bondad, abundan las viñetas que se ríen de las tecnologías modernas: el fax, el ordenador, el teléfono móvil… ¿qué tal se lleva con ellas?
Con lo telefonitos, mal. Me enferma la estupidez con que se usan. Entiendo que un médico tiene que tenerlo, un electricista también, un fontanero también. En Asturias no hace mucho un señor se salvó de que se lo comieran los lobos porque tenía el telefonito y pudo avisar. Pero no soporto estar en el consultorio de un médico y que la gente en la sala de espera se ponga a llamar para contar que el doctor está atrasado y a preguntar si falta algo en la nevera. Internet me parece utilísimo en algunos casos. En Medicina por ejemplo, es fantástico que un médico de cualquier pueblito pueda consultar a un profesorón de Estados Unidos o de Suiza sobre un caso que no sabe cómo resolver. Pero de ahí a quedarse prendido a Internet, y buscar novio o casarse por computadora… Conozco a una viejecita italiana que es psicóloga y se comunica por Internet con monjas tibetanas, pero a lo mejor ni saluda a su vecino. La mucha comunicación hace que la gente se aísle de lo que le rodea.
El fútbol protagoniza también algunas de sus viñetas, ¿le gusta el deporte?
Aunque no lo he tratado con la profundidad que me habría gustado, el fútbol me interesa sobre todo desde el punto de vista social. Es el único deporte que lleva a sus espectadores al crimen. Yo he visto violencia entre los equipos en partidos de hockey sobre hielo, incluso la muerte de un jugador al que le dieron un golpe en el esternón y lo dejaron frito. Pero en el fútbol es el público el que pega a los contrarios, los agrede, los mata. Un autor norteamericano que estudió el fenómeno hooligan durante mucho tiempo en Inglaterra llegó a la conclusión de que el fútbol lo que tiene de frustrante es que pueden pasar 90 minutos sin que se haga un gol. En basquet, o incluso en hockey, el marcador cambia continuamente, pero en el fútbol pueden transcurrir 30 o 40 minutos sin que ocurra nada. El público va acumulando una frustración que de alguna manera luego sale. Me interesa más el fútbol bajo ese aspecto que como deporte. Aunque reconozco que hay jugadores que es un gusto verlos. Cuando Johan Cruyff jugaba era en la cancha lo mismo que Rudolf Nureyev en un escenario.
Dios es un personaje frecuente en sus dibujos, ¿por qué?
No soy creyente, pero leo mucho la Biblia, que es fantástica para sacar ideas. Y aunque no exista, el de Dios me parece muy buen tema. Es un personaje que no deja indiferente, a quien toda la gente quiere o toda la gente odia. Y en los dibujantes es recurrente porque en cierto modo es la persona con la que uno se siente identificado. Dibujar es crear cosas con un lápiz y nosotros podemos hacer en un papel todos los mundos que nos dé la gana. Y aunque no exista, como decía Borges, basta que haya una palabra para nombrar algo para que ese algo cobre vida. Por otra parte, la religión, como el sexo o la droga, siempre provoca reacciones y cartas de los lectores, y eso me alienta.
¿Cuál es el mayor disgusto que le ha dado su profesión?
Sin lugar a dudas, mis mayores disgustos se han producido cuando se han utilizado mis viñetas para cosas opuestas a la razón por la que las hice. En particular, me molesta que se hayan usado mis dibujos en campañas políticas de derecha. Una vez me enviaron de España una pegatina de Guille, el hermano de Mafalda, en la que él llevaba la bandera franquista. Aquello fue como un puño en el estómago, porque nací en una familia que había perdido la Guerra Civil española y todavía hoy lloro cuando veo películas sobre ese tema. También utilizó mis tiras para una campaña política un militar argentino que hasta hace poco era jefe de la policía de Buenos Aires…. Me pregunto si esa gente me leyó y no entendió nada de lo que quería decir o si entendió y justamente quiso desnaturalizarlo. Son cosas que me dejan perplejo, aunque por otra parte es muy difícil evitarlas. Por ahí me entero de que en Venezuela también han usado a Mafalda en determinada campaña, pero no voy a ponerme a buscar un abogado en Caracas porque no terminaría nunca.
¿Siempre ha tenido entera libertad en sus dibujos?
Paradójicamente, durante los gobiernos militares argentinos, es decir casi todos, pues desde que nací sólo he conocido cuatro presidentes elegidos democráticamente, no hubo nunca un ente oficial de censura. Al contrario que en Brasil, donde existía un organismo al que todos los dibujantes de humor tenían que enviar sus dibujos antes de publicarlos, en Argentina eran los secretarios de redacción quienes te trataban de convencer antes de publicar. El problema era que nunca se sabía ni qué ni a quién le molestaba tal cosa, así que uno se autocensuraba. Cuando llegué a Buenos Aires desde mi provincia de Mendoza con una carpetita de dibujos enseguida me enteré de que con la Iglesia no había que meterse, con los militares tampoco, con los homosexuales no se podía hacer nada, sexo poquísimo… Como era joven y quería publicar me ceñía a los temas permitidos. El problema es que al llegar periodos como el actual en los que se puede hacer de todo es muy difícil quitarse esa costumbre casi de autocensura.
Vivió exiliado durante la última dictadura argentina2¿le obligaron a marcharse del país?
Me fui cuando la situación estaba muy mal. Habían desaparecido muchos amigos míos y, cuando iba a entregar un dibujo en la revista en la que publicaba habían puesto una bomba o la habían ametrallado la noche anterior. Con un trabajo como el mío en el que uno puede dibujar en una mesita de un hotel en cualquier sitio era estúpido quedarse. Entre 1976 y el 1979 viví en Italia. Luego empecé a volver poco a poco, a ver cómo estaba el ambiente. Ahora vivo ocho meses en Buenos Aires y el resto en Milán, que es mi base europea. Aunque visito mucho España y Francia.
Y, fuera de Argentina, ¿tuvo que hacer concesiones para publicar sus álbumes en algún lugar?
Algunas sí, pero en general son más bien anecdóticas y divertidas. Hace unos quince años me enteré por casualidad de que Mafalda era muy conocida en China. Me lo dijo una niñita china que me pidió que le firmara un álbum en una feria del libro, en Buenos Aires. Hasta entonces no tenía noticia alguna de que mis libros se hubieran editado allí, así que quedé muy intrigado. Por medio de un amigo, logré saber que eran ediciones piratas que se hacían en Taiwán y de que el editor, como todo buen pirata, era un inglés. Mi agente logró detener aquellas ediciones piratas y recientemente comenzó a hacerse una en la China continental. Hace unos meses estuve allí y pregunté cómo se habían traducido todas las tiras en las que Mafalda habla del “peligro amarillo”. En aquella época se acababa de descubrir que China tenía la bomba atómica; era un problema que preocupaba mucho en Occidente. Me respondieron que todo lo que tiene que ver con China lo habían eliminado, porque consideraban que yo no conocía China como para opinar sobre ella, lo cual me pareció un argumento estupendo. También supe que Susanita, la amiga de Mafalda que sueña con tener muchos hijitos, es considerada casi subversiva debido a la política de planificación familiar.
Mafalda es todo lo contrario de lo políticamente correcto, ¿le ha causado problemas alguna tira en particular?
Siempre recuerdo un caso relacionado con Cuba, un país que he visitado siete u ocho veces y donde tengo buenos amigos; hay una edición cubana de Mafalda y los dibujos animados basados en la serie se hicieron allí. Pero siempre que voy a La Habana alguien me pide explicaciones por una tira en la que Mafalda está delante de una sopa, que es el plato que más detesta en el mundo, y se pregunta por qué no dirá Fidel Castro que la sopa es buena para que así la prohíban en la Argentina. Es cierto que en aquella época todo lo que tenía que ver con Cuba estaba mal visto en Argentina, sólo que Mafalda dice: “¿Por qué ese cretino de Fidel Castro…?” Y, al margen de Mafalda, en España el diario El País me ha censurado algunas páginas por “negras”, aunque siempre respondo que yo puedo ser negro, pero nunca tanto como la realidad.
Su serie de Mafalda se ha comparado con los Peanuts de Schulz…Es evidente, porque empecé a hacerla como encargo para promocionar una marca de electrodomésticos y me pidieron que fuera una cosa parecida. Compré todos los libros de Schulz que pude encontrar en Buenos Aires, los estudié y traté de hacer algo parecido pero adaptado a nuestra realidad. La campaña nunca funcionó porque la revista que iba a publicarla se dio cuenta de que era publicidad encubierta, así que volví a guardar las tiras en una carpeta hasta que un año después, en 1964, las rescaté para la revista Primera Plana.
¿Por qué cree que Mafalda continúa editándose y leyéndose casi treinta años después de su desaparición?
Supongo que es porque parte de su mensaje no ha perdido vigencia. La humanidad sigue teniendo muchas asignaturas pendientes. El mundo que existía en 1973 cuando dejé la tira y que Mafalda tanto criticó está igual, si no peor que entonces. Si bien me halaga que se siga leyendo, también es triste pensar que la injusticia social que ella denunciaba sigue existiendo.
¿Por qué dejó de hacer Mafalda contra la opinión de los lectores?
En humor y en el arte en general los temas se agotan. Yo admiraba mucho a Schulz y los Peanuts me gustaban muchísimo. Los leí con entusiasmo durante diez o quince años. Pero me habría gustado ver todo ese humor que él tenía reflejado en otras cosas. Me ocurre lo mismo con el pintor colombiano Fernando Botero; no me parece que deba seguir pintando gorditos toda la vida. En cuanto a mí, después de diez años de Mafalda sufría con cada entrega, me costaba mucho esfuerzo no repetirme. Cuando empecé a dibujar aprendí que cuando uno tapa con la mano la última viñeta de una tira y sabe cuál va a ser el final es que la historieta no funciona. A pesar de que sus libros siguen vendiéndose muchísimo y la gente me la reclama, creo que dejar de hacer Mafalda fue una idea inteligente, no la extraño para nada.
Sin embargo alguna vez ha vuelto a dibujarla...
Sí. El Unicef me encargó dibujos para el décimo aniversario de la Convención de los Derechos del Niño y los hice encantado. También la volví a dibujar para algunos amigos, cuando se cumplieron cinco años del gobierno democrático del presidente Raúl Alfonsín en Argentina o la presté para campañas de salud o de bien público cuando me interesaba el tema. Ahora la uso cuando quiero protestar por algo, es la portavoz de mi bronca. Pero nunca acepté ni acepto dibujarla para campañas de publicidad, ni que se haga ninguna adaptación, sea al teatro o al cine. La única concesión fueron los dibujos animados, porque siguen siendo dibujos.
¿Cómo responde a sus lectores, en especial a los niños, cuando le piden que vuelva Mafalda?
A los niños es fácil responderles. Yo dibujé a Mafalda durante diez años, así que siempre les propongo lo mismo. Imagínate, les digo, hacer todos los días lo mismo desde que naciste hasta el día de hoy, ¿te gustaría? Invariablemente el niño me responde que no. Cuando son adolescentes de 15 o 16 años ya es más difícil y creo que no logro convencer.
En Internet circulan estudios pseudocientíficos que aseguran que los niños latinoamericanos que leen Mafalda son, como ella, más propensos a odiar la sopa, hay niñas que se llaman Mafalda en honor a su personaje y una revista la eligió entre las diez argentinas más influyentes del siglo XX… ¿no le parece demasiada responsabilidad?
En absoluto. Para mí, la verdadera responsabilidad reside en tener cada semana una página en blanco en la que puedo decir lo que quiera. Una vez alguien me dijo: ¿te das cuenta de la suerte que tienes, con la cantidad de gente que querría tener una página semanal para decir lo que se le dé la gana? Me entró una especie de vértigo y sí sentí esa responsabilidad, pero en todo lo demás no he tenido nada que ver.
¿Se identifica con alguno de sus personajes?
Me identifico bastante con todos. Para mí, todas las personas que aparecen en una viñeta tienen su relevancia. Lo aprendí de una entrevista con Frank Cappra que hablaba de la importancia de los extras. Cuando rodaba escenas callejeras hablaba uno por uno con cada extra y les decía: usted es una señora que va preocupada a la farmacia para comprar un remedio porque su marido está enfermo, usted es un pintor que va a pintar a un departamento y llega tarde. Cada personaje que aparecía en sus películas, aunque fuera en segundo o tercer plano, tenía una historia. También yo cuando pinto un restaurante me imagino que el señor que está sentado en la mesa de atrás trabaja en un banco y tiene un cuñado que se ha ido a vivir a Venezuela. Eso me gusta mucho, y además me divierte.
Usted ha dicho que el ser humano es el cáncer del planeta, ¿no hay esperanza?
Le pongo sólo un ejemplo: siempre se ha dicho que el Amazonas es el pulmón del planeta, y sin embargo lo están destrozando. Es como si alguien que tuviera cáncer de pulmón no hiciera nada para evitarlo y mucho menos para curarlo. Ya que preocupa a tanta gente que se desmantele el Amazonas, ¿por qué no lo compran… no sé… las Naciones Unidas, y lo protegen? No. Los humanos somos así; seguimos fumando con nuestro cáncer de pulmón, tan contentos. Para mí, la esperanza está en cultivar cierto optimismo histórico. Me identifico mucho con el Nobel portugués de Literatura José Saramago, que siempre ha dicho que el socialismo y la izquierda algún día van a ser revalorizados. Yo también lo creo y siempre comparo la política con la aviación. Tanta gente que durante siglos se mató tratando de volar… primero tuvieron que inventar el motor a explosión, que es pesadísimo…para después volar en ala delta o en parapente. Si Leonardo da Vinci hubiera conocido los materiales livianos que tiene hoy la humanidad, el hombre volaría en ala delta desde el 1400. Lo mismo ocurre cuando uno visita las catacumbas de los cristianos en Roma… ¡qué tipos!, ¡tres siglos en la clandestinidad! ¿qué agrupación política aguantaría hoy tres siglos sin que los infiltren?. Y dos mil años después ahí están, aunque es verdad que han llegado con todo al revés de lo que debería de ser.
¿Dibuja siempre en blanco y negro?
Sí, aunque he tenido que hacer algunas excepciones. La edición francesa de Mafalda es en colores, porque el editor piensa que en Francia si no es en color no se vende. Lo acepté porque Francia bien vale una misa, pero no me gusta. Para mí, Mafalda es en blanco y negro y en general los tebeos me gustan más en blanco y negro, salvo que el color añada algo. Por supuesto, cuando ves las películas de Akira Kurosawa te das cuenta de que el color sí agrega algo. Yo lo utilizo muy poco, sólo cuando hay sangre o cuando se justifica. Tengo una viñeta en la que se ve a un niño que se ha quedado solo en casa y ha pintado una línea que recorre toda la casa, por la escalera, el pasillo, los cuartos. Cuando regresan sus padres los recibe preguntándoles: ¿A qué no saben de qué color es la libertad?
¿De qué color era?
Verde.
© Mónica Nogueiras, Barcelona
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1. Charles M. Schulz (1922-2000). Dibujante estadounidense creador de la serie Peanuts, protagonizada por Charlie Brown (Carlitos) y su perro Snoopy.