HERGÉ, Georges Remi, el padre de Tintín

No sabe envejecer. Recién cumplidos los 80 e irremediablemente huérfano de padre, el reportero más famoso del mundo despide el mismo halo de juventud que en sus primeros viajes. Audaz e inteligente y sin embargo cándido, Tintín sobrevive aún hoy a los guardianes de la corrección política, que lo persiguen sin descanso por su ideario conservador, sus invectivas anticomunistas o su misoginia latente. No importa. Tintín resiste impasible todos los embates, inmune a los sambenitos que le cuelgan y poseedor de una cierta aura inmortal.

Cada año se compran en el mundo tres millones de álbumes de Tintín traducidos a 58 idiomas, entre ellos el vietnamita, el alsaciano, el tailandés y hasta el latín. Según los cálculos de la Fundación Hergé, las ventas totales rondan los 200 millones de ejemplares, sin contar parodias, libros piratas y objetos publicitarios. Las aventuras del joven reportero han inspirado dos filmes con actores de carne y hueso, decenas de historietas de dibujos animados y hasta un debate parlamentario en Francia que intentó desentrañar la compleja ideología política del personaje.

Si uno fuera adentrándose en el secreto del éxito de Tintín, éste le llevaría a Bruselas, a las páginas emborronadas y garabateadas de los libros de texto de un niño rubio y desgarbado. Se llama Georges Remi —de sus iniciales, leídas al revés y en francés, saldría años más tarde su nombre artístico— y estudia con los curas en San Bonifacio. No es un buen estudiante, pero sí un excelente 'scout'. Conscientes de sus cualidades, sus padres le llevan a una academia de dibujo, pero huye despavorido cuando el profesor le pone a dibujar un capitel corintio.

Aquello no es para él. Pronto prefiere dejar el colegio y buscar un hueco de chico para todo en 'Le Vingtième Siècle', un diario ultraconservador fundado y dirigido por el sacerdote Norbert Wallez, de cuya secretaria enseguida se enamora. Se llama Germaine y será su primera esposa.

Wallez encarga en 1929 a aquel jovenzuelo elaborar el suplemento infantil del periódico. Al principio se dedica a ilustrar guiones sin gracia de un redactor de deportes, pero harto de ellos un día garabatea sobre un papel dos personajes: un hombrecillo rubio con un mechón indómito y un foxterrier blanco y altivo. Acaba de nacer el personaje de cómic más famoso de Europa.



Como todos los periodistas que en el mundo han sido, al principio Tintín no viaja donde quiere sino donde su director le deja. Wallez envía a su reportero primero a denunciar los desmanes de la Unión Soviética y luego al Congo, a cantar las bondades del colonialismo belga. Pronto llega la guerra y todo se complica. Los nazis invaden Bélgica y cierran el periódico. Hergé comete el error de refugiarse en 'Le Soir', un diario convertido durante la ocupación en un panfleto nazi. Muchos nunca se lo perdonarían.

Acabada la guerra, Hergé se queda en el paro, perseguido por las denuncias de colaboracionismo. Peor aún: los diarios de la resistencia lo ridiculizan. Sin embargo, la fama de Tintín logra para su creador un indulto social inimaginable. Con la ayuda del editor Raymond Leblanc, sus historietas resucitan en 1946 dentro de la revista 'Tintín'. Es entonces cuando llega la edad de oro de Hergé, que elabora sus mejores historias y crea sus propios estudios, rodeado de una docena de colaboradores que le ayudan a confeccionar los álbumes y a colorearlos. Entre ellos se halla Fanny Rodwell, que pronto será su segunda esposa.

El divorcio significará para el católico Hergé una profunda crisis. Durante años atraviesa un desierto de pesadillas y remordimientos que desembocará en la creación de 'Tintín en El Tíbet', un álbum plagado de parajes oníricos y tonos blancos en el que muchos especialistas ven un retrato de su propio calvario.

A partir de ese momento, los homenajes se suceden. En 1976, se inaugura la célebre estatua de Tintín y Milú en Bruselas y en 1982 la Sociedad Astronómica Belga bautiza un planeta con su nombre. Hergé fallece de leucemia el 3 de marzo de 1983. Hasta los últimos días de su vida garabatea con ansiedad sobre las páginas de 'Tintín y el Arte Alfa', la que será para siempre su obra inacabada.
EDUARDO SUÁREZ
MADRID.-

Hergé, en 1980, junto a un busto de su personaje más famoso. (Foto: EFE)